México, 1973.- El 24 de agosto de 1973, cuando Borges cumplía 74 años tuvo una extraña conversación con Juan Rulfo. Conversación que se ha convertido en leyenda, en mito, unos alegando que se trata simplemente de una más de las ficciones de Borges, pero lo único que sabemos es su halo de misterio y misticismo que encierra la conversación entre estas dos leyendas de la literatura.
Borges pidió hablar con Juan Rulfo, con cierta impaciencia:
RULFO: Maestro, soy yo, Rulfo. Qué bueno que ya llegó. Usted
sabe cómo lo estimamos y lo admiramos.
BORGES: Finalmente, Rulfo. Ya no puedo ver a un país, pero
lo puedo escuchar. Y escucho tanta amabilidad. Ya había olvidado la verdadera
dimensión de esta gran costumbre. Pero no me llame Borges y menos «maestro»,
dígame Jorge Luis.
RULFO: Qué amable. Usted dígame entonces Juan.
BORGES: Le voy a ser sincero. Me gusta más Juan que Jorge
Luis, con sus cuatro letras tan breves y tan definitivas. La brevedad ha sido
siempre una de mis predilecciones.
RULFO: No, eso sí que no. Juan, cualquiera, pero Jorge Luis,
sólo Borges.
BORGES: Usted tan atento como siempre. Dígame, ¿cómo ha
estado últimamente?
RULFO: ¿Yo? Pues muriéndome, muriéndome por ahí.
BORGES: Entonces no le ha ido tan mal.
RULFO: ¿Cómo así?
BORGES: Imagínese, don Juan, lo desdichado que seríamos si
fuéramos inmortales.
RULFO: Sí, verdad. Después anda uno por ahí muerto haciendo
como si estuviera uno vivo.
BORGES: Le voy a confesar un secreto. Mi abuelo, el general,
decía que no se llamaba Borges, que su nombre verdadero era otro, secreto.
Sospecho que se llamaba Pedro Páramo. Yo entonces soy una reedición de lo que
usted escribió sobre los de Comala.
RULFO: Así ya me puedo morir en serio.